miércoles, 1 de diciembre de 2010

Monarquía católica y monarquía hispánica



Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón se casaron en 1469 en difíciles circunstancias: ambos eran herederos a sus tronos, aunque con diversas dificultades (Isabel no fue reina de Castilla hasta 1476 y Fernando no lo fue de Aragón hasta 1479). Que esa unión matrimonial personal terminara dando como resultado una única monarquía (denominada Católica desde la concesión del título papal en 1496) no se realizó de hecho hasta la muerte sin sucesión de Fernando en 1516 (la muerte de Isabel, en 1504, permitió a Fernando casarse conGermana de Foix con la explícita intención de tener un heredero que hubiera sido rey de Aragón y no de Castilla). La muerte de Felipe el Hermoso y la incapacitación de Juana la Loca posibilitaron a Fernando, como padre, ejercer la regencia castellana. A la muerte de este, una breve regencia del Cardenal Cisneros precedió al reinado del nieto de los Reyes Católicos, Carlos de Gante (Carlos I de España —con ese ordinal en Aragón y Castilla, pero no en Navarra, donde debiera llevar el IV o el V— y V de Alemania —donde fue elegido Emperador—), quien, a sus innumerables títulos (acumulados por una complicada combinación de fortuitas circunstancias sucesorias imposibles de prever), no sumó de forma indubitada los títulos españoles hasta la muerte de su madre (que nunca abdicó) en 1555, pocos meses antes de abdicar él mismo.
La unión en la persona de un rey (o de una pareja real —los Católicos gobernaban indistintamente, y aunque el lema «Tanto Monta» no se refería a ello, ha pasado a ser un tópico referirse con él a tal fórmula—) de un conjunto de coronas y de reinos no implicaba la unificación territorial. Cada territorio mantuvo sus leyes y costumbres, sus lenguas e instituciones; y tanto política como económica y socialmente estaban claramente diferenciados.
El mundo intelectual del humanismo renacentista fue proclive a la conformación de entidades políticas que superaran la atomización medieval en señoríos y ciudades estado, con una vocación no tanto nacionalista (término anacrónico para los siglos iniciales de la Edad Moderna y que sólo adquiere carta de naturaleza en los siglos XVIII y XIX) como universalistaAntonio de Nebrija explicitó la idea de que todos los reinos españoles debían estar unidos bajo el precedente de la Hispania romana y visigoda. El peso de ese consejo fue evidente en la política de los Reyes Católicos, que tras la Guerra de Sucesión Castellana buscaron estrechar con intercambios matrimoniales la alianza de Portugal mientras intervenían en el juego de equilibrio de potencias de Europa Occidental diseñado por Maximiliano de Habsburgo, con la pretensión de aislar al reino de Francia.3

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